Ahí estaba él, una vez más. Terraza del piso 13 (¡cómo le había costado convencerla para comprar el apartamento en esa planta!). Sentado en mitad de la noche, viendo como la ciudad velaba a sus habitantes. Se había abandonado al viento en su cara.
Mientras, su mente lejos de allí, volando por los caminos del pasado, de lo posible, lo probable, lo ocurrido y lo que no.Volviendo a recorrer cada encrucijada de la vida que le había llevado hasta allí. Volviendo a ver el paisaje que rodeaba a cada una, los signos, las señales...
No podía evitar volver a estar allí y preguntarse si el camino que tomó realmente lo había elegido o cuánto del camino habia sido ya trazado. ¿Qué diferencia habían hecho sus decisiones? ¿Podría haber sido algo distinto? Volvió a repasar una y otra vez: su decisión de estudiar biología molecular, su primer trabajo, su segundo trabajo, el siguiente y así hasta el actual. Su situación en cada una de las etapas, su carácter, sus compañías, las situaciones claves de cada una de las decisiones y, como siempre, apareció una sombra en su mirada. Acababa de llegar al punto clave que tanto le intrigaba.
Empezó a llover.
¿Qué hubiera pasado si todavía siguiera con aquella chica a la que tanto había querido? ¿Hubiera sido capaz de tomar las mismas decisiones? Sabía que ese era un punto clave y que no podía contestar, nadie podía. Repasó momento a momento todo el tiempo que siguió a su ruptura. Cada paso y cada movimiento. Ahora, al llegar al momento crucial, una sonrisa estaba en su cara.
La lluvia ya había empapado la calzada y las luces se reflejaban en el asfalto.
Recordó como consiguió el trabajo que más feliz le había hecho. Como aprendio a escucharse a sí mismo y a ser extremadamente feliz con cada golpe del destino y como la había encontrado a ella. Ella que ahora dormía en la habitación plácidamente. Que le hacía soñar cada mañana con la mera ilusión de parar el tiempo. No sabía cómo se había producido todo y era consciente de que parte de las cosas no las había elegido, pese a que le gustaba pensar que era dueño de su vida.
Una vez más dió gracias a los caprichos del destino. Su felicidad no tenía precio
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