Tengo un sistema para ordenar las cosas, inspirado en la propia naturaleza y que ha demostrado sobradamente su eficiencia a lo largo de miles de años: La selección natural.
Tiene todo lo necesario:
- Recursos limitados: el espacio (cajones, armarios, taquilla de la universidad...).
- Población con tendencia al crecimiento (siempre puedes acumular si no tiras nada).
- Pirámide poblacional (no es lo mismo guardar un libro que una hoja de papel, abrigo-camiseta, robot-resistencia...; de algunos sólo puede haber un número muy limitado).
- Hechos aleatorios -> mutaciones (las ganas y las prisas del día en que se guarda el objeto) .
- Cataclismos poblacionales (los exámenes, cambio del tiempo, el verano...)
- Dependencia del ambiente exterior (papeles del trabajo, regalos, compañero de taquilla...)
Todo esto funcionando por la gracia de una cierta dejadez del que subscribe.
El funcionamiento es bien sencillo: Las cosas se van acumulando con un (mínimo) orden hasta que llegan al máximo poblacional (punto en el que el volumen es superior al permitido), momento en el cual se eliminan los individuos más débiles (los prescindibles) y sobreviven los más aptos (importantes o que han conseguido ocultarse lo suficiente).
Así pues ahora estoy a punto de ser testigo de la lucha definitiva: La planta del trabajo (la cual merced a mis cuidados está a punto de adueñarse de mi mesa y mi silla) y los papeles del último diseño (código, tablas, esquemas, que se reproducen en la búsqueda de los errores en los mismos). Entre ambos en pleno proceso de expansión tengo la mesa más ocupada de todo el edificio.
lunes, noviembre 21, 2005
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